El fútbol nos hizo libres y diferentes en aquel recreo. El librepensamiento futbolístico se coló de tal manera en aquel patio que no hablábamos de otra cosa que no fuera la próxima jornada. Para algunas seríamos las raras de clase, pero la realidad es que en nuestro ecosistema fuimos capaces de poner en marcha un minúsculo grupo clandestino de expertas en el noble arte del balompié. Las futboleras éramos una anomalía, pero, aunque duela leerlo, las niñas de doce años entendíamos tanto de fútbol como nuestros coetáneos masculinos, es decir, sabíamos muy poco y creíamos que era mucho.